domingo, 18 de mayo de 2008

ACCIDENTADA CORRIDA DE VALVERDE


Se escapó de milagro. Javier Valverde vio el mundo al revés entre los pitonazos inmisericordes del sexto. Valverde estaba recio, realizando un verdadero esfuerzo sobre la mano derecha con un toro que embestía mordiéndose la bravuconería y el mal estilo. Y cuando le presentó la izquierda se fue directamente al cuerpo del torero; en el suelo la paliza fue brutal. Los derrotes salvajes rompían la seda de la taleguilla pero no calaban la carne; buscaban la cabeza, el rostro, el pecho... Grogui, al borde del K.O., recuperaron a Valverde en las tablas, le quitaron la casaquilla para que respirase. Agua bendita para la nuca y la frente ensangrentada. Y volvió a la cara del morlaco que cada vez se iba menos de la muleta. Realmente nunca se había terminado de ir. Sólo que el diestro salmantino le había tragado y consentido todo, lo había alegrado en una media distancia para que con la inercia al menos lo ayudase. Aunque fuese de mentira. Un pinchazo bajo antes de la fulminante estocada inhabilitó la posibilidad de oreja, y la cosa quedó en una meritísima vuelta al ruedo.
La corrida del Marqués de Domecq fue la más fea y desigual del mundo. Parecía escogida para no embestir. Cada toro de su padre y de su madre. Uno sin cuello; otro sin trapío que fue devuelto porque un lanzazo de un picador le partió el espinazo; el cuarto reconstruido por el doctor Frankenstein con el lomo en escalera; el tercero, un zapato, recortado de manos; otros grandones, fuera de tipo; y la guinda de un sobrero de Jaral de la Mira digno de un gache. Evidentemente aquello salió como tenía que salir.
El castaño zapato de amplia cuna no contuvo ni un ápice de casta. Le faltó siempre viveza y un tranco. O dos. Valverde resolvió con la firmeza que mostraría luego. Y con limpieza. Pero con la espada marró malamente. Tampoco hacía falta: el toro se echó de puro descaste.
A Rafaelillo lo premió la empresa de Madrid como el torero revelación del pasado San Isidro. Pero en una placa de hojalata y en esta mierda de corrida quedó el reconocimiento. Rafael Rubio se encontró con un primer toro que pisó el ruedo enterándose de hasta dónde estaba el acomodador. Barbeó tablas, manseó, no descolgó nunca y fue un verdadero barrabás. Ni muleta ni toques. Tenía el olfato de un depredador de femorales. Rafaelillo pasó las de Caín sin descomponerse ni amilanarse, ni cuando un tornillazo le abrió la taleguilla. La historia era ya imposible, y Rubio se dobló con él y le recetó un estoconazo a ley perdiendo el engaño. La trayectoria atravesadilla acarreó el uso del verduguillo, que no impidió la ovación. Al monstruoso cuarto, lo trajinó con la mano derecha muy por abajo, tapándole mucho la cara y los defectos de resentido; por el pitón izquierdo, se quedaba en las zapatillas. El arreón de la bestia al sentir el acero destapó sus intenciones. Rafaelillo estuvo por encima y en profesional.
A Iván Vicente, que es torero de clase, la tourada le vino a contraestilo. Corrió turno al devolverse el segundo, pero el que nunca fue quinto calamocheaba, embestía con la cabeza torcida, y enganchaba demasiado los avíos. El infumable sobrero de Jaral de la Mira tampoco le dio opciones. Pero Iván Vicente debió ponerle fibra. Otra mentalización. La estocada fue lo mejor.

Fuente:www.abc.es

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